Ya llevamos un tiempecico sin darle al campo. Entre el nacimiento de Darío y mi lesión , se nos ha echado la primavera encima, los calores, que son tan malos para esto de andar por los senderos.
Así es que me temo que esta temporada, que va a pasar sin pena ni gloria para todo (léase windsurf, snow, bici de montaña y trekking), llega a su fin con el mayor regalo que he podido tener, la vida de un nuevo ser, la vida de Darío, mi hijo, que viene a decirme, "papá, aquí estoy, para que me enseñes sobre el mundo y sobre la vida, para disfrutar contigo, con mamá y con Pablo y con todo lo que se me venga por delante...". Él ha magnificado estos momentos, adustos a veces. El le ha dado con sus sonrisas, en su cuerpo minúsculo, a mi tiempo, un toque de absoluta ingenuidad.
¿Qué puedo hacer ahora en este blog, hasta que vuelva con Darío a mi espalda, con Pablo ya marchando solo y con Mar, mochila a los hombros con el almuerzo de los cuatro, bota de vino incluida...a ascender los caminos buscando la cumbre?
Puedo escribir algunos versos, alguna prosa, algunos pensamientos, algo que me hago soñar, que estoy en lo alto de una montaña, agotado, con lo cuádriceps como el mármol, con el resuello de la subida todavía en la garganta y con las vistas impresionantes que deja toda cumbre, simpre que no esté nublado, claro. O puedo citar a los grandes o llorar por los que se fueron. O agarrar la bota y darme un trago de vino, que me alivie.
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