Emilio, el viejo herrero del pueblo, venía por la calle del
Centro de Salud, la que baja del mercado, con la compra hecha y hablando con
alguien. Justo al doblar la esquina lo oigo afirmar, alzando la voz:
-“Me llevas cargado como
siempre, con las dos bolsas, que parezco un borrico …”-
Y antes de terminar la frase, su mirada busca a la mía, como
he visto que hacen algunos hombres o mujeres ya mayores, buscando la aprobación
cómplice de otro u otra de su quinta, con un simple cruce de miradas y una
sonrisa burlona y pícara, sabiendo que conseguirá así, molestar un poco más, en
este caso, a su interlocutora.
Sus ojos azules, que muestran el cansancio acumulado de sus setenta
y ocho años, pero con la chispa del pícaro y soñador, se cruzan con los míos, pardos
y frescos, tranquilos y atentos a los pasos de mi hijo, que corretea por la baldosa.
Asiento con la mirada y sonrío con todo el rostro, sabiéndome
cómplice de su argucia y con la sospecha de saber que eso es lo que espera de
mí.
Pero a su lado no veo a nadie.
Lleva dos bolsas, una en cada mano, de las que sobresalen
unas acelgas, apios y un manojo de puerros.
Rosa, que fue su compañera durante cincuenta y tres años, lo
dejó hace unas semanas.
Y el Emilio no sabe todavía caminar sin hablar con ella.
5 comentarios:
Precioso Jose!!
Es un relato muy bonito y enternecedor, pero que, lejos de ser un simple cuento, refleja muchas realidades.
Un fuerte abrazo.
Me alegro de que te guste, Luis. Nos vemos pronto!
He encontrado tu blog por casualidad, después de andar por la sierra de la pila....y de repente, me regalas este microrelato. Gracias, hombre, ¡me has alegrado la tarde!
Nos vemos en el monte.
He encontrado tu blog por casualidad, después de andar por la sierra de la pila....y de repente, me regalas este microrelato. Gracias, hombre, ¡me has alegrado la tarde!
Nos vemos en el monte.
Muchas gracias. Me alegro de que lo hayas encontrado y de que te haya gustado. Nos vemos en el monte.
Salud!
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