En estos inusuales días de lluvia, espectaculares por lo
poco habitual de ellos en este árido sureste peninsular, creo que tengo algunas posibilidades para que la jornada trascurra sencillamente: me puedo quedar en casa lamentándome de lo infame del clima; puedo salir a la calle con chubasquero, botas, paraguas y todo lo que haga falta, para evitar calentarme la cabeza;
o puedo quedarme en casa, cambiando el chip y buscando alternativas al “buen tiempo”. Porque
la lluvia así de fina y ocupante, es síntoma de que todo
anda, como tiene que andar.
Y hay un poco de todo.
En la mañana, Mar lleva a Pablo al partido de baloncesto con los infantiles, que pierden. Durante el mismo, ella hace su entrenamiento de carrera, 7 km y llega empapada pero con los deberes hechos. A la vuelta, para en Las Palomas, y compra unas raciones de migas para comer.
En la mañana, Mar lleva a Pablo al partido de baloncesto con los infantiles, que pierden. Durante el mismo, ella hace su entrenamiento de carrera, 7 km y llega empapada pero con los deberes hechos. A la vuelta, para en Las Palomas, y compra unas raciones de migas para comer.
Encendemos
una lumbre, para dar cuenta de esas migas con tropezones de tocino, salchicha y
boquerones, con granada y uvas. De postre, queso de oveja viejo y vino
jumillano.
Después, para los zagales, que no aguantan una hora sentados, preparo un trabajo con arcilla: unas tablas con nuestros nombres y unos pequeños recipientes. Los pintamos y barnizamos. Y cada uno es como es. Y hay uno que va a la ligera y otro, que va más concentrado; y éste, se mete con el uno y el uno se enfada con el otro; y yo en medio, que no soy ni uno ni otro, ni tampoco un niño. Al uno le cojo de la mano y le digo cómo trabajar, y al otro le mando ahora a limpiar pinceles, que falta les hace y en esto abro un tubo de verde cadmio de Antonio Zuloaga, para enseñarle al otro cómo transformar una superficie que te está llamando, en una parte de tus manos.
Y llueve, que hace que brille el morado de la lavanda y se mezcla con el humo de la leña de melocotonero que arde en la lumbre. Y sigo con el uno, al que ahora mando a por leña bajo la lluvia y con el otro después, que hago que busque con la mirada, las formas que la arcilla puede tener, o lo mando a lo mismo. Y al uno y al otro, me los termino llevando a mi barrio y terminan su trabajo, dándole barniz a las arcillas, y dando yo la sesión por concluida.
Ahora juegan con las tablet, al Minecraft, o al Clan Royal, y ahí ya no hace falta ni árbitro ni valedor, que ya se valen ellos para organizar su juego… y me tomo un whisky, con coca cola, con la lumbre y la leña de melocotonero, que me sabe a gloria, con la lluvia rompiendo en los cristales y la mano de Mar, acariciándome el pelo.
Después, para los zagales, que no aguantan una hora sentados, preparo un trabajo con arcilla: unas tablas con nuestros nombres y unos pequeños recipientes. Los pintamos y barnizamos. Y cada uno es como es. Y hay uno que va a la ligera y otro, que va más concentrado; y éste, se mete con el uno y el uno se enfada con el otro; y yo en medio, que no soy ni uno ni otro, ni tampoco un niño. Al uno le cojo de la mano y le digo cómo trabajar, y al otro le mando ahora a limpiar pinceles, que falta les hace y en esto abro un tubo de verde cadmio de Antonio Zuloaga, para enseñarle al otro cómo transformar una superficie que te está llamando, en una parte de tus manos.
Y llueve, que hace que brille el morado de la lavanda y se mezcla con el humo de la leña de melocotonero que arde en la lumbre. Y sigo con el uno, al que ahora mando a por leña bajo la lluvia y con el otro después, que hago que busque con la mirada, las formas que la arcilla puede tener, o lo mando a lo mismo. Y al uno y al otro, me los termino llevando a mi barrio y terminan su trabajo, dándole barniz a las arcillas, y dando yo la sesión por concluida.
Ahora juegan con las tablet, al Minecraft, o al Clan Royal, y ahí ya no hace falta ni árbitro ni valedor, que ya se valen ellos para organizar su juego… y me tomo un whisky, con coca cola, con la lumbre y la leña de melocotonero, que me sabe a gloria, con la lluvia rompiendo en los cristales y la mano de Mar, acariciándome el pelo.
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