Portada del libro |
Paco López Mengual (Molina de Segura, 1962) es el autor de UN PASEO LITERARIO por calles de Murcia, un libro que está hecho de relatos para caminar e imaginar, o como él mismo dice, “una caracola que susurra viejas historias y leyendas de la ciudad al paseante que atraviesa las calles de Murcia”.
Ahora yo, que juego con ventaja, te invito a tomar el libro
entre tus manos, deambular por las calles de Murcia pensando en quién las moró,
pensando en sus gentes de antaño, en sus ropas, sus saludos, sus crueldades,
sus amoríos y sus misterios.
Una tarde de otoño, en sábado, creo que el 26 de noviembre, nos llenamos de un poco de la historia de la
ciudad de Murcia. De esa historia con anécdotas, que se te queda grabada en la
cabeza para contar a los tuyos, por lo buenas que son y por lo bien que te las
han contado.
Un grupo del Club de Lectura del Barrio del Carmen, quedó en
la plaza de Santo Domingo con Paco, mercero y autor de varias novelas, cuentos
y libros sobre la historia de Molina de Murcia y Murcia.
Nos lo comentaron unos amigos y fuimos, llamados por la
curiosidad de algo que hemos vivido en otras ciudades de Europa y que ahora se
nos brindaba en la nuestra propia.
Paco nos reúne en círculo, al lado del ficus de Santo
Domingo. El no le llama ficus, sino “árbol” y nos cuenta sobre su historia,
sobre Ricardo Codorniu, y la hila con el
esperanto y con el autogiro de Juan de la Cierva. Y ahí mismo, al pie del busto
de este insigne ingeniero forestal, continua con un relato sobre bandoleros, la
historia de Jaime Alfonso “el barbudo”, que tras matar a un ladrón, se refugió
en la Sierra de la Pila para evitar represalias y acabó convertido en el jefe
de una gran banda de bandidos que después de diversos avatares (llegó a luchar
contra Napoleón al lado de las tropas españolas), acabó ahorcado en esta plaza
de Santo Domingo.
Plano del recorrido recomendado por el autor en su libro |
De ahí nos trasladamos ante la fachada del Teatro Romea, atravesando
el Arco de Santo Domingo y Paco nos cuenta cómo ante la petición de la gente,
se decide construir un gran teatro en el cual representar las obras de las
grandes compañías. El lugar elegido será un solar expropiado a los dominicos,
que albergaba huertos, jardines y un antiguo cementerio. Con el inicio de las
obras, un fraile lanzó una maldición por la exhumación de los restos de los dominicos.
Después de varios incendios y para evitar que esta maldición no se llevara a
cabo, siempre queda una butaca libre en el Teatro.
Aquí también nos habló de dos premios Nobel de Literatura
vinculados con la ciudad, pero con escaso reconocimiento en ella, Don Jacinto
Benavente y Don José Echegaray.
Reanudamos el caminar y callejeando por la calle Alfaro y
aledañas, nos cuenta ahora las historias del “caballero cornudo” y del “crimen
del hostal La Perla”. Estamos plenamente concentrados en las historias, en los
edificios, en el pasado. Llueve escasamente, y esto acentúa aún más esa
sensación novelesca que nos invade. Nos detenemos frente a la iglesia de San
Bartolomé, donde Paco nos cuenta la preciosa historia de Antonete Galvez, sobre
cuyo desconocimiento, sentí cierta vergüenza histórico-cultural.
Antonete era un agricultor de Torreagüera, nacido en 1819.
Se convirtió en un joven culto, que pronto destacó en los negocios agrícolas.
Asomó a la política, como demócrata y republicano, muy querido por las clases
más humildes. Protagonizó varias rebeliones, entre ellas la llevada a cabo para
derribar al nuevo rey Amadeo de Saboya y proclamar una República Federal. El
León de la Huerta, le llamaban. Tenía deseos de cambiar el mundo. Hizo del rojo,
el color de su bandera. Cuando se proclamó en España la Primera República, federalista
a más no poder, siguió a Manuel Cárceles, proclamando el Cantón Murciano. El
cantonalismo se extendió por muchas provincias de España, pero sólo en Murcia
consiguió proclamar la independencia y declarar la guerra a España (chúpate esa
marquesa!) . Murcia fue independiente por unos seis meses, ni Cataluña ni País
Vasco.
Y flipo mientras me cuenta este pasaje histórico, y le doy
en los hombros a mis críos para que presten atención y dejen de mirar a Bavia.
Muchas anécdotas de este insigne murciano se suceden…y hacemos mutis al caer en
la plaza de Santa Catalina, donde el autor nos hace llegar por su ardiente pasado,
lugar que hasta el siglo XVIII, hizo de plaza mayor. En ella vivió Julián Romea
y en ella murieron quemados más de doscientos murcianos; y en ella se reunía el
Consejo de Hombres Buenos, y es donde ahora nos reunimos a tomar unas cañas,
unas marineras, un pulpico al horno o unos pastelicos de carne, con unos quintos de Estrella, a pasar un
ratico de charleta, bajo el sol de Murcia y los balcones enjaezados de geranios
y claveles.
Detalle en el interior del libro |
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