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martes, 4 de enero de 2022

El juego del cementerio viejo

Ahora golpearé la tumba con los nudillos, para que levanten esta lápida y pueda salir de una vez, que ya estoy cansada del maldito juego. Seguro que el capullo de Gonzalo le está comiendo el morro a mi prima. Y mientras, yo aquí como una imbécil -pensaba Natalia.

Amelia y Gonzalo, se habían empeñado en jugar “a encontrar los muertos” en el cementerio viejo, donde enterramos al abuelo Ignacio, el pasado invierno.

Abuelo, nos lo hemos jugado a “dedos” y me ha tocado. He recordado el lugar de tu tumba para esconderme. Anda, ayúdame a levantar esto, que no tengo fuerzas. Abuelo, ¿ésta de aquí soy yo?



lunes, 26 de diciembre de 2016

UN PASEO LITERARIO por calles de Murcia.


Portada del libro

Paco López Mengual (Molina de Segura, 1962) es el autor de UN PASEO LITERARIO por calles de Murcia, un libro que está hecho de relatos para caminar e imaginar, o como él mismo dice, “una caracola que susurra viejas historias y leyendas de la ciudad al paseante que atraviesa las calles de Murcia”.
Ahora yo, que juego con ventaja, te invito a tomar el libro entre tus manos, deambular por las calles de Murcia pensando en quién las moró, pensando en sus gentes de antaño, en sus ropas, sus saludos, sus crueldades, sus amoríos y sus misterios.
Una tarde de otoño, en sábado, creo que el 26 de noviembre,  nos llenamos de un poco de la historia de la ciudad de Murcia. De esa historia con anécdotas, que se te queda grabada en la cabeza para contar a los tuyos, por lo buenas que son y por lo bien que te las han contado.
Un grupo del Club de Lectura del Barrio del Carmen, quedó en la plaza de Santo Domingo con Paco, mercero y autor de varias novelas, cuentos y libros sobre la historia de Molina de Murcia y Murcia.
Nos lo comentaron unos amigos y fuimos, llamados por la curiosidad de algo que hemos vivido en otras ciudades de Europa y que ahora se nos brindaba en la nuestra propia.
Paco nos reúne en círculo, al lado del ficus de Santo Domingo. El no le llama ficus, sino “árbol” y nos cuenta sobre su historia, sobre Ricardo Codorniu,  y la hila con el esperanto y con el autogiro de Juan de la Cierva. Y ahí mismo, al pie del busto de este insigne ingeniero forestal, continua con un relato sobre bandoleros, la historia de Jaime Alfonso “el barbudo”, que tras matar a un ladrón, se refugió en la Sierra de la Pila para evitar represalias y acabó convertido en el jefe de una gran banda de bandidos que después de diversos avatares (llegó a luchar contra Napoleón al lado de las tropas españolas), acabó ahorcado en esta plaza de Santo Domingo.
Plano del recorrido recomendado por el autor en su libro

De ahí nos trasladamos ante la fachada del Teatro Romea, atravesando el Arco de Santo Domingo y Paco nos cuenta cómo ante la petición de la gente, se decide construir un gran teatro en el cual representar las obras de las grandes compañías. El lugar elegido será un solar expropiado a los dominicos, que albergaba huertos, jardines y un antiguo cementerio. Con el inicio de las obras, un fraile lanzó una maldición por la exhumación de los restos de los dominicos. Después de varios incendios y para evitar que esta maldición no se llevara a cabo, siempre queda una butaca libre en el Teatro.
Aquí también nos habló de dos premios Nobel de Literatura vinculados con la ciudad, pero con escaso reconocimiento en ella, Don Jacinto Benavente y Don José Echegaray.
Reanudamos el caminar y callejeando por la calle Alfaro y aledañas, nos cuenta ahora las historias del “caballero cornudo” y del “crimen del hostal La Perla”. Estamos plenamente concentrados en las historias, en los edificios, en el pasado. Llueve escasamente, y esto acentúa aún más esa sensación novelesca que nos invade. Nos detenemos frente a la iglesia de San Bartolomé, donde Paco nos cuenta la preciosa historia de Antonete Galvez, sobre cuyo desconocimiento, sentí cierta vergüenza histórico-cultural.
Antonete era un agricultor de Torreagüera, nacido en 1819. Se convirtió en un joven culto, que pronto destacó en los negocios agrícolas. Asomó a la política, como demócrata y republicano, muy querido por las clases más humildes. Protagonizó varias rebeliones, entre ellas la llevada a cabo para derribar al nuevo rey Amadeo de Saboya y proclamar una República Federal. El León de la Huerta, le llamaban. Tenía deseos de cambiar el mundo. Hizo del rojo, el color de su bandera. Cuando se proclamó en España la Primera República, federalista a más no poder, siguió a Manuel Cárceles, proclamando el Cantón Murciano. El cantonalismo se extendió por muchas provincias de España, pero sólo en Murcia consiguió proclamar la independencia y declarar la guerra a España (chúpate esa marquesa!) . Murcia fue independiente por unos seis meses, ni Cataluña ni País Vasco.

Y flipo mientras me cuenta este pasaje histórico, y le doy en los hombros a mis críos para que presten atención y dejen de mirar a Bavia. Muchas anécdotas de este insigne murciano se suceden…y hacemos mutis al caer en la plaza de Santa Catalina, donde el autor nos hace llegar por su ardiente pasado, lugar que hasta el siglo XVIII, hizo de plaza mayor. En ella vivió Julián Romea y en ella murieron quemados más de doscientos murcianos; y en ella se reunía el Consejo de Hombres Buenos, y es donde ahora nos reunimos a tomar unas cañas, unas marineras, un pulpico al horno o unos pastelicos de carne,  con unos quintos de Estrella, a pasar un ratico de charleta, bajo el sol de Murcia y los balcones enjaezados de geranios y claveles.
Detalle en el interior del libro

viernes, 10 de febrero de 2012

El Soho, Londres



-        No te vayas, no me dejes solo, esta noche no, por favor… Le susurró Dennis a su amante, un joven al que había ayudado a cumplimentar el formulario en la Oficina de Empleo para poder acceder a ese trabajo de jardinero en Hyde Park, para el cual aspiraban otros 127 jóvenes más. Y Stephen quiso agradecérselo invitándole a una pinta en aquel pub del Soho, al que Dennis solía dedicar un par de horas después de su jornada laboral.

Dennis Nilsen había acabado con la vida de una decena de sus amantes soliviantado por la idea de no quedarse solo. Stephen fue el primero de ellos.  

Treinta y cuatro años después, Abraham, con la voz sosegada, me cuenta la historia frente al pub donde Dennis, aquella noche de 1978, se tomó un par de pintas con Stephen, antes de llevarlo a su casa y decidir entonces acabar con su vida, al percatarse que éste le dejaría al despuntar el alba. Habían tenido una ajetreada noche de sexo y Dennis no quería dejarlo marchar. No, ya no podía superar la soledad. Lo estranguló y lo acostó en la cama, para poder encontrarlo así a la vuelta de su jornada de trabajo.

Me quedé observando el cadáver de Stephen, con el brazo derecho apoyado sobre el muslo a la altura de las ingles y el izquierdo tras la nuca, como esperando a que Dennis se acostara al regreso de la oficina, junto a él, a contarle cómo le había ido el día. 
Y así hizo con otros muchos. Y todos ellos me acompañaron con sus pasos a caminar por el Soho, por Chinatown, ... por Londres.

Pic: Luis Carretero

Pic: Luis Carretero

Salgo de mi habitación en Piccadilly, bajo la escalera y camino por Regent Street hacia Trafalgar Square. De camino, paro con Abraham frente al Theatre Royal en Haymarket (ahora Drury Lane), en el que según cuentan los más apasionados, la aparición de un fantasma en la noche del estreno, augura el éxito de la obra.  
Kenneth fue a ver una representación de My Fair Lady la noche del 3 de diciembre de 1979 y a la salida, un joven de mirada introvertida lo invitó a tomar una cerveza en el Soho. Eso fue antes de estrangularlo. Fue la última representación que vió y su cuerpo, apoltronado en el sofá de Dennis, la última que hizo. Acabó oculto bajo las tablas del parqué del piso de Dennis.
En Charing Cross se alza ahora la estatua ecuestre de Carlos I de Inglaterra, pero hace unos cientos de años el lugar estuvo ocupado por una de las doce cruces que el rey Eduardo I mandó construir en honor a su esposa Leonor de Castilla.
La séptima víctima de Dennis estaba dibujando la estatua del monarca Carlos I, cuando un tímido funcionario se le acercó pidiéndole fuego para encender un pitillo.
Carlos I no fue muy popular y acabó decapitado en Banqueting House.
La abadía de Westminster guarda los restos de personajes de la realeza y otros insignes como Handel, Isaac Newton, Dickens, Kipling o Pope (…)
-Ha pasado casi un mes, y la historia estaba un poco abandonada. Pero hace unos días, un viejo amigo me comentaba que está jodido aquí en España, y que se encontraba haciendo entrevistas para trabajar en el Reino Unido. Esperaba respuesta del gerente de un restaurante de lujo en Londres. Finalmente y después de una entrevista por video conferencia de más de una hora, lo han llamado para trabajar. Y no se lo ha pensado. Miguel me ha escrito un correo. Ya está en Londres. Ha tenido que arreglar papeleo.
Me cuenta que ha resuelto muy bien su situación en la oficina de empleo gracias a Henry, un traductor y trabajador social que le ha ayudado a regularizar situación laboral.
Me alegro por Miguel, ahora se estará tomando unas pintas con él en algún pub del Soho. Me ha dicho en el e-mail que le iba a invitar esta tarde para darle las gracias por su ayuda.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Emilio, el viejo herrero (24/12/2011)


Emilio, el viejo herrero del pueblo, venía por la calle del Centro de Salud, la que baja del mercado, con la compra hecha y hablando con alguien. Justo al doblar la esquina lo oigo afirmar, alzando la voz:
-“Me llevas cargado como siempre, con las dos bolsas, que parezco un borrico …”-
Y antes de terminar la frase, su mirada busca a la mía, como he visto que hacen algunos hombres o mujeres ya mayores, buscando la aprobación cómplice de otro u otra de su quinta, con un simple cruce de miradas y una sonrisa burlona y pícara, sabiendo que conseguirá así, molestar un poco más, en este caso, a su interlocutora.
Sus ojos azules, que muestran el cansancio acumulado de sus setenta y ocho años, pero con la chispa del pícaro y soñador, se cruzan con los míos, pardos y frescos, tranquilos y atentos a los pasos de mi hijo, que corretea por la baldosa.
Asiento con la mirada y sonrío con todo el rostro, sabiéndome cómplice de su argucia y con la sospecha de saber que eso es lo que espera de mí.
Pero a su lado no veo a nadie.
Lleva dos bolsas, una en cada mano, de las que sobresalen unas acelgas, apios y un manojo de puerros.
Rosa, que fue su compañera durante cincuenta y tres años, lo dejó hace unas semanas.
Y el Emilio no sabe todavía caminar sin hablar con ella.