viernes, 2 de octubre de 2009

PAREJA JOVEN CON HIJOS PEQUEÑOS, VIAJA: VIENA Y PRAGA. JULIO DE 2009.

No es por dárselas uno de "echao p´alante" pero tanto en los preparativos del viaje como al regreso, cuando contaba a alguien nuestras ideas o bien ya nuestros avatares, la gente solía reaccionar de dos maneras:

1. Qué guay, ya me gustaría a mí poder hacer eso, pero es que donde voy yo con mis crias...¿y no os da miedo que pase cualquier cosa, tan lejos?
2. Haceis muy bien, si lo que no se haga ahora....Así los crios se acostumbran...

A mí lo que me provocaba más temor era que se nos cruzara la pinza por ahí, lejos del cobijo de las cosas habituales, del hogar. Sería un sufrimiento seguro...

Pero ya se habían tomado casi todas las decisiones y el avión estaba "con los motores arrancados". Y ese no espera. Así es que unas semanas antes tuvimos jornada de reflexión para sacar el proyecto hacia delante.

El resultado:
Llega el 10 de julio, yo trabajo media jornada para comer pronto y terminar de preparar las maletas. Antonio viene a recojernos. Larga cola en el aeropuerto de Alicante y salida puntual con Ryanair. Nuestras maletas pesan 14 y 14,5 kg respectivamente. ¡Al pelo!. Llegamos a Bratislava y de ahí a Viena en un autobús de la misma compañía. Un taxi y estamos en el hotel: limpio, sencillo, funcional, en el extrarradio, cerca del Prater: el pulmón de Viena.

Viena es magna, en edificios, en calles, en transporte, en parques, en cerveza, en precios, en el uso de la bicicleta como medio de transporte...

Los primeros dos días, a pesar de que estábamos concienciados de respetar el ritmo de lo niños, la teoría va por un lado y la práctica se desarrolla por otro, así es que los apuramos al máximo y eso nos pasa factura: cansancio, desorden del sueño, de las comidas, estrés, broncas, enfados, todos con todos, ninguno se salva, ni los camareros de los restaurantes, que también tienen su parte de culpa.

En tres días se pueden destacar muchas cosas, pero principalmnete, Stephanplatz (la catedral gótica) y el centro comercial, carismático e histórico de Viena; y el Museo Albertina, en el que Pablo, en plan de juego, encuentra todos y cada uno de las obras expuestas en el catálogo del museo, dándole un susto de muerte a un vigilante cuando, al salir del baño, se abalanza apuntando con el dedo, sobre “El estanque de los nenúfares” de Claude Monet, al descubrir el único cuadro que le faltaba para acabar su juego de “descubre lo que hay en el Catálogo del obras del museo”.
Éste recoge obras de Picasso, Monet, Cezanne, Degal, Modigliani, Juan Gris, Matisse, Kandinsky, etc.






A Pablo le regalamos por esa jornada una visita al Parque de Atracciones del Prater, con la gigantesca noria, montaña rusa y demás atracciones típicas.








También visitamos el "Sonbrun", el palacio barroco de la emperatriz Mª Teresa y del emperador Francisco José, luego de Sissí y hasta palacio de verano de Napoleón. Mucha gente, mucho que ver. Merece la pena la visita de 50 minutos del interior, una vuelta por los jardines y como premio para Pablo, por la tarde visita al zoológico, con nutrias, osos (grises y panda), buitres, elefantes, rinocerontes, monos, lobos! Después jugamos por los laberintos dispuestos para perderse y pasar un rato entretenidos en encontrarnos todos, un poquito más próximos cada vez.


Esa tarde también nos pasamos, apuramos para ir a un viejo café 8 el más antiguo dicen las guias) y a un sitio típico por su gulash y se nos cae la noche encima, como el plomo, y el cansancio se adueña de Pablo, que pide la silla de Darío y de Darío al que me echo en la mochila “canguro” y así llegamos al hotel cansados y encabronados a las once de la noche.... Remember my brother, que hay que cambiar el chip!

En Viena y más tarde en Praga, me quedo con las ganas de asistir a alguna representación de ópera.

El martes 14 de julio nos vamos a Praha, cogiendo el tren en Sudharhof, son unas 4 horas de cómodo viaje. Desde Viena ya nos dicen que tengamos cuidado con la peña, que no es trigo limpio, pero en ningún caso viviremos alguna situación que tengamos que recordar esas palabras. Cuando llegamos, tomamos el tranvía nº 9 para ir al hotel, pero lo cogemos en dirección opuesta y eso nos adentra en la Praga periférica y decadente, pero como pudieramos encontrar en cualquier barrio de las afueras de muchas ciudades (Murcia, Madrid, Valencia, Alicante, etc). Media vuelta y nos introducimos en la Praga antigua, cosmopolita, humanizada, acogedora. Estamos en Národni, en el puro Stare Mesto (la ciudad vieja). El nuestro es un hotel sencillo, para familias jóvenes, turistas mochileros, con ganas de pateo, gente joven o de edad media. Estamos muy cerca del río Moldava y un paseo por su orilla merece la pena para llevarse la primera impresión nocturna y la espectacular de sus torres torcidas junto al Museo Nacional.

La lluvia prevista desde que consultamos las previsiones al iniciar el viaje, hace su presencia y nos retiene una mañana en el hotel, aunque compro unos paraguas por 2,5 € cada uno, después de un buen paseo buscándolos y de calarme un poquillo. ¿Dónde los localizo después de una hora buscando por los alrededores? Pues en una tienda de chinos!

Para conocer Praha, aparte de la guia que utilizabamos en papel (Anaya Touring Club), es muy recomendable una visita guiada. Y eso hicimos, contratar una en español, que partía de la Plaza de Wenceslao. Nuestro guía se llamaba  David ; es checo y habla perfectamente español y Pablo lo definirá espontáneamente como “ese señor que habla mucho”, porque lógicamente, no para de comentar todos y cada uno de los aspectos de la vida checa, de los rincones de la ciudad, de las anécdotas propias de todo guía que pretende captar la atención de sus oyentes. Y éste lo consigue. David es sin duda, un buen guía y conocedor de la historia e idiosincrasia de su país.

Nos llevará por lo más significativo de Praha, contándonos detalles muy peculiares, historias trascendentales para comprender el devenir moderno del país, para entender cómo piensan y un poco, cómo se sienten las gentes, social y políticamente hablando. Es una visita que dura 6 horas, que se inicia com oya he dicho, en la Plaza de Wenceslao, pasando por una casa checa, prosigue hasta la Plaza de la Ciudad Vieja, con la torre y el reloj astronómico y todas las casas barrocas que la rodean y que serán motivo de otra visita específica por nuestra parte.
































Continuamos por el barrio judío, para llegar al embarcadero, en el río, dar un paseo en barco y tomar una cervecita bien fría. Volvemos al barrio judío para verlo con más detenimiento: las sinagogas, el ayuntamiento, el cementerio, etc. Almorzamos en un restaurante próximo al popular Puente de Carlos, subterráneo, fresco y tranquilo. Mar, queso empanado, Pablo espagueti y yo gulash, uno de los platos más típicos, que es un excelente estofado de carne, con salsa de pimentón y rodajas de pan, y de postre un pastel de manzana extraordinario y buen café. El Puente de Carlos es como la puerta del Corte Inglés. Allí está todo el mundo, pasando de un lado a otro, vendiendo, mirando, comprando. Lo cruzamos para llegar a Mala Strana y coger el tranvía que nos suba al Hrad (Palacio-Castillo de Praga). David nos comenta que los billetes se adquieren en función del tiempo que se vaya a utilizar el transporte público y que son válidos para cualquier medio público. Se nos despeja así la duda, pues Mar me quería hacer creer que era todo gratis (ejem, ejem). Hay multas de 35 € por carecer del ticket. En el castillo vemos las tres plazas y la catedral de San Vito, para la que hay una buena cola, pero que va rápida. Bajamos por los viñedos, con posibilidad de tomarse un vino de camino. Abajo nos despedimos con buen sabor de boca: Ha merecido la pena, porque nos hemos dado una idea general de la ciudad para, en lo que queda de estancia, visitar algunas cosas con más detenimiento.


Así al día siguiente, con la tranquilidad del que tiene casi todo el camino hecho, visitamos la Plaza Vieja, compramos unos libros de cuentos en la que otrora fuera la librería del padre de Franz Kafka, pero no tienen en español los títulos que nos recomienda David. Entre otros, “La guerra con los salamandros” de Karel Capek; “La soledad demasiado ruidosa” de Hrabal; “Las aventuras del buen soldado Svejk” de Jaroslav Hasek; “Praga Mágica”, de Angelo Maria Ripelino; “Toda la belleza del mundo”, de Jaroslav Seifertun. Compramos también dos CD´s de Josef Myslivecek apodado “Il Bohemo Divine”. Merece la pena, ya hecho el tour, pasear despreocupadamente entre los edificios barrocos, detenerse en los cubistas, degustar la buena comida del Klub Architektu y su ambiente relajado, ya que se trata de un local subterráneo, abovedado y sencillo, en la penumbra que dan sus lámparas con poleas. La comida la dividen en entrantes, sopas, carnes acompañadas, comida para gourmets y comida para gourmats. Esta última, más elaborada y más cara. Tienen vinos tintos locales, de Chile e italianos. Nos decantamos por los chilenos. Salimos por 1000 coronas checas, lo que es muy barato para la calidad y la cantidad de los platos. También tiene un menú por 7,5 € muy recomendable.


Visitamos también una cervecería tradicional –U Fluku- en la que sin esfuerzo alguno, corre la cerveza negra, suave y extraordinariamente buena, para mi paladar acostumbrado a la exquisitamente fría y amarga Estrella de Levante. Después visitamos otra fábrica de cerveza, pero esta vez rubia, la pilsen, con menos gas que las comerciales, cobijo de adolescentes que me recuerdan a la época de tascas en Murcia (el Refugio, el Sevillano y otras más). Llueve también y echamos mano de los paraguas y del "raincover" para la mochila.

Con toda la que está cayendo estos días no se nos ocurre otra cosa que matar el último día llendo a Kutná Hora, a 65 km de Praha. Ciudad protegida por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. Pero desprotegida de las inclemencias meteorológicas. Y es que pensamos que para quedarnos en el hotel sentados, nos vamos a cualquier parte no conocida, a descubrir. Allí encontraremos la única carta en español de todo el viaje. Es destacable la catedral gótica de Santa Bárbara por su representatividad, con sus frisos únicos, las capillas, los frescos, los murales, las sillas esculpidas, etc. Pero tampoco da para mucho más. O soy un poco inculto, o me he perdido algo con la lluvia, o no entiendo lo de Patrimonio de la Humanidad.



De regreso a Praha, en la estación de Kutná Hora, con la lluvia cayendo tras los cristales como único sonido y sentados en un banco, espalda contra espalda, con Pablo durmiendo en la silla de Darío y éste en los brazos de Mar, mientras esperamos el tren, oigo a alguien afinar delicada y cariñosamente una guitarra ajena, que rompe el silencio e invade los recuerdos.
Regresamos el domingo día 19 de julio en tren, hasta Bratislava (ahí si que tenemos la sensación de inseguridad en cuanto al ambiente en la estación). Tomamos un autobus público al aeropuerto para coger el avión hacia Alicante. Todo puntual, todo correcto. Como anécdota, acompañamos a un invidente desde el autobus a la terminal. Este señor no sabía dónde estaba cuando llegamos al aeropuerto, ni dónde ir, pero ahí estaba, iba a esperar a su esposa.

El abuelo, como en otras ocasiones, como en otros regresos, está ahí, en la noche, observando los aviones que despegan y los que aterrizan. Observando a la gente que llega y a la que se va. Imaginando seguramente alguna historia que lo mantenga ocupado hasta que los paneles anuncien el aterrizaje de nuestro vuelo. Su visión en la puerta del aeropuerto nos devuelve de golpe, a la realidad. Aterrizamos también mentalmente. Las maletas llegan todas y nos ponemos en marcha....

Llegamos a casa, ahora tenemos varios días para descansar.

Es verano y la playa, el sol , las cervezas muy frias y los calamares, también son parte de mi mundo!!


Viajamos porque no podemos resistirlo.

Viajamos porque tenemos que romper con lo ordinario.
Viajo con la esperanza de que salga todo mejor de lo que pienso.
Viajo con miedo al miedo de que algo no salga bien.
Viajo porque no tengo más remedio que sobrevivir

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