sábado, 13 de febrero de 2010

DE MURCIA AL MAR MENOR EN MTB (06-02-2010)

Alentado por las palabras animosas de Jesús, dije que sí.



Dije sí y hasta que no me sentí tan cerca del objetivo como para pensar que ya no había vuelta atrás, estuve dudando y barajando la posibilidad de que una rajada a tiempo es mejor que una herida a corazón abierto. Primero, dándome la vuelta con los que se quedarían en Murcia; y después, quedándome en alguna gasolinera a la orilla de la autovía para que Mar viniera a por mí con el coche.


Pero algo en mí me decía, desde que recibí el correo electrónico con la invitación de Jesús para hacer la ruta, que debía aceptar el reto; y luego, alcanzarlo.


La ruta en cuestión consistía en salir desde Murcia para subir al Relojero y bajar hasta la gasolinera de la Venta del Puerto y continuar llaneando hasta Santiago de La Ribera campo a través, por caminos entre invernaderos, para llegar a comer y regresar en coche por la tarde. Serían 64 km en cuatro horas y media.


La bici estaba lista desde hacía un par de semanas, pues ya tenía la intención de reencontrarme con ella y con los senderos de Murcia. Mi cuerpo, también preparado y no por entrenar en bici, que hacía más de un año que no la tocaba, sino por el ejercicio semanalmente acumulado durante años. Y mi mente, clave en todo este trastorno transitorio, con la ilusión, el ánimo y la intuición necesarios para afrontar el reto que llegaba a mi correo de “terra” de forma inesperada.


Durante la noche anterior y aún diez minutos antes de la hora a la que habíamos quedado el sábado, en marcha hacia la puerta de la Catedral, todavía dudaba del empeño y me planteaba si no estaba abusando ya de un exceso de auto confianza y sería mejor acortar la ruta o incluso hacer algo yo solo por mi cuenta.


Pero algo en mí decía que no, que siguiera, que podía ser un gran día. Y lo fue.


Buena gente, buen tiempo, buena subida y buen descenso. Buen rollo, buenas sensaciones y un buen par de calambres que desaparecían estirando un poco y relajando músculo. Y así, a cada pedalada la meta estaba más próxima que la distancia recorrida en ella, y el olor de los cultivos se iba perdiendo, dejando entrada al olor a salitre, a laguna salada.


Esa noche dormí cansado, feliz y orgulloso de la gesta.


Tal y como surgen las oportunidades, hay que aprovecharlas.


Al día siguiente sólo tenía el cuello algo cargado. Sólo eso.


Las cosas a veces, salen perfectas. Aunque no sean trascendentales.


Pero lo necesitamos. Necesitamos ver que las cosas a veces nos salen perfectas. Y entonces, se convierten en trascendentales.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Abarán. Las norias, los Tanas y los “condenaos” (8-12-2009)

Martes, día 8 de diciembre, último día del puente. Son las 7 de la mañana, Darío ya no quiere más cuna y me hace levantar para ver el amanecer, con su rostro regordete pegado al mío, con sus ojos fijos en el horizonte, incomprensible para él y en esta soledad, admirable para mí. Hará un día estupendo, como lo ha estado haciendo todo el puente. Con un gritito infantil y unas palmadas de alegría, me devuelve a la realidad y me crea la necesidad de darle un par de vueltas a la cabeza para ver la manera de aprovechar el día.


Tengo ganas de un poco de trajín, de salir a andar y de darle un poco de caña a las piernas. Cuando el resto del personal se levanta aprovecho el desayuno para plantear la idea: ¿Qué tal un paseo por el monte? Hay que decidir dónde, rápidamente. Se barajan varias posibilidades y hacemos un par de consultas por internet. Finalmente optamos por un corto “paseo familiar” siguiendo la orilla del río Segura en Abarán: “El sendero de las norias”. Un recorrido por cuatro de las cinco norias que aún quedan en la villa. Sobre las 11 estamos en la Noria Grande, que nos deja impresionados por su tamaño (11,9 mt de diámetro) y porque aún sigue funcionando y abasteciendo de agua para riego a unas 155 tahúllas de huerta. Continuamos aguas arriba del Segura, pasando por la “potabilizadora” y un camino entre parcelas de huerta que nos lleva a una noria, que con sus 9 metros de diámetro, es la segunda más grande y abastece de agua para riego a unas 250 tahúllas. Las dos se conservan en buen estado. Regresamos sobre nuestros pasos, dejando atrás la Noria grande, cruzamos una pasarela sobre el río y nos encontramos frente a un cartel indicador de la tercera noria. Pero no vemos ni rastro de ella hasta que un paisano nos dice por donde para. Sólo hay que levantar la vista sobre el cartel y verla detrás de los huertos, elevando el agua, impasible en su rutina. Para llegar a la cuarta noria, continuamos ese mismo camino aguas abajo y nos la encontramos, desvencijada, tras un huerto, en mal estado y lógicamente sin funcionar. El paso del tiempo ha podido con ella, con sus cangilones de madera, que han desaparecido deshechos por el agua, y de las palas quedan un par de testigos a sus pies. Regresamos a la noria grande, cruzando de nuevo el rio por la pasarela , hasta el pequeño aparcamiento donde habíamos dejado el coche.


Es la hora de echarle de comer al cuerpo y callejeamos por el centro de Abarán, pasando por la plaza de toros, bajando hacia el ayuntamiento y en una de estas encontramos nuestro bar. El bar del pueblo. El de Los Tanas. Unos tercios bien fríos, un ensalada de tomates con olivas y atún, unas chirlas, atún de hijada a la plancha, unos caballitos, una de huevas también a la plancha... Y nos quedamos con las ganas de seguir probando todo lo que tenían: chapinas, gambas al ajillo, empanadillas caseras, salmueras, croquetas de jamón, bacalao... pero para eso hay que andar al menos un par de horas o tres más.



Saliendo del bar, en una callejuela próxima hay una confitería casera, El Paso, de las que tienen el cuarto de estar pegado al despacho, y en la que hacen unos dulces caseros de tal calidad que Mar no quiere marcharse de Abarán sin comprar los típicos “condenaos”, que dicen elaborados con la masa de los restos que quedan de hacer otros dulces... Simplemente deliciosos, con crema y una capita de azúcar por encima y ese sabor a canela....


Volvemos para Murcia en coche sobre las tres de la tarde, echando una siesta a propósito de la toña que nos entra cuando el sol todavía en alto y caliente se queda amarrado a nuestros rostros y nos persigue plácidamente por la carretera, en este diciembre primaveral; en este diciembre que no es diciembre.


viernes, 30 de octubre de 2009

Caminando. El Inicio de la temporada

Hemos iniciado la temporada de senderismo por el Majal Blanco.


Alentados por las buenas temperaturas del mes de octubre, con fines de semana primaverales, el domingo 18 subimos los cuatro  al Majal Blanco. Darío se estrenaba a mis hombros en la mochila que ya portó a Pablo. Este día se inauguraba un sendero de unos 2,5 km. muy bien señalizado, bonito y sin complicaciones, dirigido a familias o para aquellos que quieran dar  un corto paseo bajo la sombra de los pinos, bajando por una rambla y aprecinado la vegetación característica de la zona, bien señalizada y representada por el baladre, el enebro, la jara blanca, la albaida, el romero, el tomillo, la uña de gato, la coscoja, la carrasca, etc. 

El domingo día 25, animados también por el buen tiempo subimos al Majal Blanco, esta vez Pablo y yo, sin la compañía del resto de la familia. Nos hacemos la Ruta de las Cuevas del Buitre, de unos 5,5 km. Se asciende primero por una pista y luego por una estrecha senda hasta unos farallones de caliza con hoquedades, que reciben el nombre de las Cuevas del Buitre. Se desciende también por una estrecha senda. Hay buenas vistas del valle de Murcia y la sombra y la vegetación cambiante nos acompañan todo el camino. A veces romero, a veces albaida a la orilla del camino, mucho palmito, la jara blanca, la tierra roja por el contenido en hierro y al final, llegando ya a la carretera que recorre el parque municipal, unos 8 ó 10 algarrobos alineados... Consigo jugando, que Pablo reconozca y distinga sin dudas, además del romero y del pino, la jara blanca, la albaida y el palmito.

martes, 20 de octubre de 2009

EL FOTOGRAFO RETRATADO



Me llama muchas veces la atención la postura, digamos física, adoptada por el fotógrafo, ya sea éste profesional o amateur, con mayor o menor “feeling”, con más o menos destreza para el “baile de imágenes”, para la sensibilidad hacia lo fotogénico, para poner el ojo en el momento adecuado en la forma adecuada, a la forma adecuada. Y es que no deja de ser curioso que ante el mismo paisaje u objeto, nos colocamos de forma distinta, según nuestra personalidad o según nuestro estado de ánimo, o nuestro sentido del ridículo... por qué no decirlo también. Porque los seres vivos, ya no sólo los humanos, reaccionamos de forma distinta antes los mismos paisajes o los mismos edificios u obras de arte. Unos con admiración, otros con indiferencia, otros con pasión, otros con envidia, otros con rechazo, otros con miedo, algunos con una simple sonrisa y otros con una sonrisa simple.

¿Y quién no ha pensado en tomar una foto a ras de suelo pero no se ha atrevido a hincar las rodillas y hundir el moflete en el asfalto o enla tierra húmeda?, ¿o quién no ha pensado tomarse una foto haciendo el amor?


Los he visto que vagan por una catedral gótica con la cámara escondida, ajenos al “prohibido hacer fotos” colocado en todas las paredes y reclinarios y de repente, como el que observa el vuelo de una molesta mosca, siguen el movimiento con la mirada, ralentizan el de las manos y en rápido gesto: ¡clic! ¡¡Flash!! Y vuelven a esconder la cámara. Ya está el fresco de la virgen con el niño del siglo XIV fotografiado!! Seguramente esa foto quedará en el olvido, o no.


En el viaje a Viena y Praga, intenté disimuladamente captar el momento en que otros fotografiaban algo que yo ya había fotografiado, o algo que para mí no causó el interés de hacerlo. Mis fotógrafos retratados anónimos eran turistas, gente sencilla, popular, cada uno con un interés en lo fotografiado, que podía ser el mismo, distinto e incluso ninguno. Pero eso ya habría que haberlo preguntado. Con permiso, les presento:










viernes, 2 de octubre de 2009

PAREJA JOVEN CON HIJOS PEQUEÑOS, VIAJA: VIENA Y PRAGA. JULIO DE 2009.

No es por dárselas uno de "echao p´alante" pero tanto en los preparativos del viaje como al regreso, cuando contaba a alguien nuestras ideas o bien ya nuestros avatares, la gente solía reaccionar de dos maneras:

1. Qué guay, ya me gustaría a mí poder hacer eso, pero es que donde voy yo con mis crias...¿y no os da miedo que pase cualquier cosa, tan lejos?
2. Haceis muy bien, si lo que no se haga ahora....Así los crios se acostumbran...

A mí lo que me provocaba más temor era que se nos cruzara la pinza por ahí, lejos del cobijo de las cosas habituales, del hogar. Sería un sufrimiento seguro...

Pero ya se habían tomado casi todas las decisiones y el avión estaba "con los motores arrancados". Y ese no espera. Así es que unas semanas antes tuvimos jornada de reflexión para sacar el proyecto hacia delante.

El resultado:
Llega el 10 de julio, yo trabajo media jornada para comer pronto y terminar de preparar las maletas. Antonio viene a recojernos. Larga cola en el aeropuerto de Alicante y salida puntual con Ryanair. Nuestras maletas pesan 14 y 14,5 kg respectivamente. ¡Al pelo!. Llegamos a Bratislava y de ahí a Viena en un autobús de la misma compañía. Un taxi y estamos en el hotel: limpio, sencillo, funcional, en el extrarradio, cerca del Prater: el pulmón de Viena.

Viena es magna, en edificios, en calles, en transporte, en parques, en cerveza, en precios, en el uso de la bicicleta como medio de transporte...

Los primeros dos días, a pesar de que estábamos concienciados de respetar el ritmo de lo niños, la teoría va por un lado y la práctica se desarrolla por otro, así es que los apuramos al máximo y eso nos pasa factura: cansancio, desorden del sueño, de las comidas, estrés, broncas, enfados, todos con todos, ninguno se salva, ni los camareros de los restaurantes, que también tienen su parte de culpa.

En tres días se pueden destacar muchas cosas, pero principalmnete, Stephanplatz (la catedral gótica) y el centro comercial, carismático e histórico de Viena; y el Museo Albertina, en el que Pablo, en plan de juego, encuentra todos y cada uno de las obras expuestas en el catálogo del museo, dándole un susto de muerte a un vigilante cuando, al salir del baño, se abalanza apuntando con el dedo, sobre “El estanque de los nenúfares” de Claude Monet, al descubrir el único cuadro que le faltaba para acabar su juego de “descubre lo que hay en el Catálogo del obras del museo”.
Éste recoge obras de Picasso, Monet, Cezanne, Degal, Modigliani, Juan Gris, Matisse, Kandinsky, etc.






A Pablo le regalamos por esa jornada una visita al Parque de Atracciones del Prater, con la gigantesca noria, montaña rusa y demás atracciones típicas.








También visitamos el "Sonbrun", el palacio barroco de la emperatriz Mª Teresa y del emperador Francisco José, luego de Sissí y hasta palacio de verano de Napoleón. Mucha gente, mucho que ver. Merece la pena la visita de 50 minutos del interior, una vuelta por los jardines y como premio para Pablo, por la tarde visita al zoológico, con nutrias, osos (grises y panda), buitres, elefantes, rinocerontes, monos, lobos! Después jugamos por los laberintos dispuestos para perderse y pasar un rato entretenidos en encontrarnos todos, un poquito más próximos cada vez.


Esa tarde también nos pasamos, apuramos para ir a un viejo café 8 el más antiguo dicen las guias) y a un sitio típico por su gulash y se nos cae la noche encima, como el plomo, y el cansancio se adueña de Pablo, que pide la silla de Darío y de Darío al que me echo en la mochila “canguro” y así llegamos al hotel cansados y encabronados a las once de la noche.... Remember my brother, que hay que cambiar el chip!

En Viena y más tarde en Praga, me quedo con las ganas de asistir a alguna representación de ópera.

El martes 14 de julio nos vamos a Praha, cogiendo el tren en Sudharhof, son unas 4 horas de cómodo viaje. Desde Viena ya nos dicen que tengamos cuidado con la peña, que no es trigo limpio, pero en ningún caso viviremos alguna situación que tengamos que recordar esas palabras. Cuando llegamos, tomamos el tranvía nº 9 para ir al hotel, pero lo cogemos en dirección opuesta y eso nos adentra en la Praga periférica y decadente, pero como pudieramos encontrar en cualquier barrio de las afueras de muchas ciudades (Murcia, Madrid, Valencia, Alicante, etc). Media vuelta y nos introducimos en la Praga antigua, cosmopolita, humanizada, acogedora. Estamos en Národni, en el puro Stare Mesto (la ciudad vieja). El nuestro es un hotel sencillo, para familias jóvenes, turistas mochileros, con ganas de pateo, gente joven o de edad media. Estamos muy cerca del río Moldava y un paseo por su orilla merece la pena para llevarse la primera impresión nocturna y la espectacular de sus torres torcidas junto al Museo Nacional.

La lluvia prevista desde que consultamos las previsiones al iniciar el viaje, hace su presencia y nos retiene una mañana en el hotel, aunque compro unos paraguas por 2,5 € cada uno, después de un buen paseo buscándolos y de calarme un poquillo. ¿Dónde los localizo después de una hora buscando por los alrededores? Pues en una tienda de chinos!

Para conocer Praha, aparte de la guia que utilizabamos en papel (Anaya Touring Club), es muy recomendable una visita guiada. Y eso hicimos, contratar una en español, que partía de la Plaza de Wenceslao. Nuestro guía se llamaba  David ; es checo y habla perfectamente español y Pablo lo definirá espontáneamente como “ese señor que habla mucho”, porque lógicamente, no para de comentar todos y cada uno de los aspectos de la vida checa, de los rincones de la ciudad, de las anécdotas propias de todo guía que pretende captar la atención de sus oyentes. Y éste lo consigue. David es sin duda, un buen guía y conocedor de la historia e idiosincrasia de su país.

Nos llevará por lo más significativo de Praha, contándonos detalles muy peculiares, historias trascendentales para comprender el devenir moderno del país, para entender cómo piensan y un poco, cómo se sienten las gentes, social y políticamente hablando. Es una visita que dura 6 horas, que se inicia com oya he dicho, en la Plaza de Wenceslao, pasando por una casa checa, prosigue hasta la Plaza de la Ciudad Vieja, con la torre y el reloj astronómico y todas las casas barrocas que la rodean y que serán motivo de otra visita específica por nuestra parte.
































Continuamos por el barrio judío, para llegar al embarcadero, en el río, dar un paseo en barco y tomar una cervecita bien fría. Volvemos al barrio judío para verlo con más detenimiento: las sinagogas, el ayuntamiento, el cementerio, etc. Almorzamos en un restaurante próximo al popular Puente de Carlos, subterráneo, fresco y tranquilo. Mar, queso empanado, Pablo espagueti y yo gulash, uno de los platos más típicos, que es un excelente estofado de carne, con salsa de pimentón y rodajas de pan, y de postre un pastel de manzana extraordinario y buen café. El Puente de Carlos es como la puerta del Corte Inglés. Allí está todo el mundo, pasando de un lado a otro, vendiendo, mirando, comprando. Lo cruzamos para llegar a Mala Strana y coger el tranvía que nos suba al Hrad (Palacio-Castillo de Praga). David nos comenta que los billetes se adquieren en función del tiempo que se vaya a utilizar el transporte público y que son válidos para cualquier medio público. Se nos despeja así la duda, pues Mar me quería hacer creer que era todo gratis (ejem, ejem). Hay multas de 35 € por carecer del ticket. En el castillo vemos las tres plazas y la catedral de San Vito, para la que hay una buena cola, pero que va rápida. Bajamos por los viñedos, con posibilidad de tomarse un vino de camino. Abajo nos despedimos con buen sabor de boca: Ha merecido la pena, porque nos hemos dado una idea general de la ciudad para, en lo que queda de estancia, visitar algunas cosas con más detenimiento.


Así al día siguiente, con la tranquilidad del que tiene casi todo el camino hecho, visitamos la Plaza Vieja, compramos unos libros de cuentos en la que otrora fuera la librería del padre de Franz Kafka, pero no tienen en español los títulos que nos recomienda David. Entre otros, “La guerra con los salamandros” de Karel Capek; “La soledad demasiado ruidosa” de Hrabal; “Las aventuras del buen soldado Svejk” de Jaroslav Hasek; “Praga Mágica”, de Angelo Maria Ripelino; “Toda la belleza del mundo”, de Jaroslav Seifertun. Compramos también dos CD´s de Josef Myslivecek apodado “Il Bohemo Divine”. Merece la pena, ya hecho el tour, pasear despreocupadamente entre los edificios barrocos, detenerse en los cubistas, degustar la buena comida del Klub Architektu y su ambiente relajado, ya que se trata de un local subterráneo, abovedado y sencillo, en la penumbra que dan sus lámparas con poleas. La comida la dividen en entrantes, sopas, carnes acompañadas, comida para gourmets y comida para gourmats. Esta última, más elaborada y más cara. Tienen vinos tintos locales, de Chile e italianos. Nos decantamos por los chilenos. Salimos por 1000 coronas checas, lo que es muy barato para la calidad y la cantidad de los platos. También tiene un menú por 7,5 € muy recomendable.


Visitamos también una cervecería tradicional –U Fluku- en la que sin esfuerzo alguno, corre la cerveza negra, suave y extraordinariamente buena, para mi paladar acostumbrado a la exquisitamente fría y amarga Estrella de Levante. Después visitamos otra fábrica de cerveza, pero esta vez rubia, la pilsen, con menos gas que las comerciales, cobijo de adolescentes que me recuerdan a la época de tascas en Murcia (el Refugio, el Sevillano y otras más). Llueve también y echamos mano de los paraguas y del "raincover" para la mochila.

Con toda la que está cayendo estos días no se nos ocurre otra cosa que matar el último día llendo a Kutná Hora, a 65 km de Praha. Ciudad protegida por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. Pero desprotegida de las inclemencias meteorológicas. Y es que pensamos que para quedarnos en el hotel sentados, nos vamos a cualquier parte no conocida, a descubrir. Allí encontraremos la única carta en español de todo el viaje. Es destacable la catedral gótica de Santa Bárbara por su representatividad, con sus frisos únicos, las capillas, los frescos, los murales, las sillas esculpidas, etc. Pero tampoco da para mucho más. O soy un poco inculto, o me he perdido algo con la lluvia, o no entiendo lo de Patrimonio de la Humanidad.



De regreso a Praha, en la estación de Kutná Hora, con la lluvia cayendo tras los cristales como único sonido y sentados en un banco, espalda contra espalda, con Pablo durmiendo en la silla de Darío y éste en los brazos de Mar, mientras esperamos el tren, oigo a alguien afinar delicada y cariñosamente una guitarra ajena, que rompe el silencio e invade los recuerdos.
Regresamos el domingo día 19 de julio en tren, hasta Bratislava (ahí si que tenemos la sensación de inseguridad en cuanto al ambiente en la estación). Tomamos un autobus público al aeropuerto para coger el avión hacia Alicante. Todo puntual, todo correcto. Como anécdota, acompañamos a un invidente desde el autobus a la terminal. Este señor no sabía dónde estaba cuando llegamos al aeropuerto, ni dónde ir, pero ahí estaba, iba a esperar a su esposa.

El abuelo, como en otras ocasiones, como en otros regresos, está ahí, en la noche, observando los aviones que despegan y los que aterrizan. Observando a la gente que llega y a la que se va. Imaginando seguramente alguna historia que lo mantenga ocupado hasta que los paneles anuncien el aterrizaje de nuestro vuelo. Su visión en la puerta del aeropuerto nos devuelve de golpe, a la realidad. Aterrizamos también mentalmente. Las maletas llegan todas y nos ponemos en marcha....

Llegamos a casa, ahora tenemos varios días para descansar.

Es verano y la playa, el sol , las cervezas muy frias y los calamares, también son parte de mi mundo!!


Viajamos porque no podemos resistirlo.

Viajamos porque tenemos que romper con lo ordinario.
Viajo con la esperanza de que salga todo mejor de lo que pienso.
Viajo con miedo al miedo de que algo no salga bien.
Viajo porque no tengo más remedio que sobrevivir